miércoles, 25 de junio de 2008

Instrucciones, no tan claras, para entenderme.

“Cada vez más igual” escuche por ahí, en ese momento pensé que se referían a algún parecido físico, hoy esas mismas palabras significan tanto, mucho más. El espejo ya no dibuja reflejos perdidos, me muestra aquella imagen que nunca quiso abandonarme y mientras tanto convivo con mis aciertos y mis errores, con la manía de no leer los manuales de uso, de empezar los diarios al revés, con la obsesión por el cine francés, por el número 2, con las ganas de reír, de llorar, de gritar que ya no discriminan los lugares, y con esta canción que se repite una y otra vez en mi cabeza. Mientras tanto esta leve esquizofrenia me encuentra ensayando palabras, algún gesto discreto.
No encuentro papel, no sé dónde quedo el anotador. Sobre la mesa el libro de Pushkin asoma debajo de los apuntes y la medicina desparramada por todo el lugar espera paciente como un rompecabezas que perdió una pieza, sólo una pieza, que vuelva a empezar. Y esta incontinencia, estas ganas de escribir, de gritar que paren el tráfico porque sigo despierta sin poder perderme entre tus manos, y desde algún rincón el murmullo de la radio sigue comentando la inestabilidad que anuncian para mañana, para el país.
Alguna vez él me dijo, instruido aparentemente en estos temas, que hablar mucho no necesariamente conlleva el hecho de hablar demás, lo cual supone una serie de situaciones interminables, a veces divertidas y otras seriamente conflictivas que no suelo generar, todavía al pensar en él me rió y casi me avergüenzo de cuanto hablé ese día, de todo lo que escondí; entonces recuerdo el tiempo en el que descubrí esa extraña habilidad para guardar tan bien las cosas, al extremo de perderlas y la sorpresa de encontrar otras que había resignado perder, mejor aún, no recordar secretos ajenos, sus dueños deberían repetírmelos o simplemente debería jugar a inventarlos, pero ¿qué hago con los míos? tal vez te los comente casi al pasar o, tal vez, el día que me decida y te llame no los encuentre y sólo pregunte como estuvo tú día. Vuelvo a pensar en el anotador y en el número en lápiz que espera una oportunidad, una llamada.
De repente surge una teoría, pienso que todos estos años leyendo una y otra vez a Cortázar por fin lograron afectarme y esta compulsiva utilización de las comas sea un claro ejemplo; sospecho que todo tiene como punto de partida una falla de origen, algo así como ir escribiendo para saber que pasa, escribir a ciegas como deseando cada palabra, pero bueno en todo caso será un pecado más, aquí abandono estas oraciones vacías.
Odiándome por volver a prender la luz y por dejar las hojas sueltas, mañana seguramente me reprochare tanta historia sin sentido, este débil simulacro de confesión; el violento reloj acosando mis horas y el sueño perdido sin duda me jugaran una mala pasada, estaré casi ausente y los apuntes serán una maraña de garabatos imposible de descifrar.

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